24 diciembre 2015

Molt més que música

Conocí la Fundació Més Música hace más de nueve años, cuando buscaba clases de violín para mi hija mayor. Hoy no puedo decir que Més Música sea la academia de música de mis hijos, porque es mucho más. E intentaré explicarlo, aunque no es fácil.

Porque nada es fácil. Para empezar, no es fácil enseñar música a los niños; me parece una de las tareas que requieren más vocación y más delicadeza de espíritu. Pero llegan los niños, con sus tres años, y en su primera navidad sus profes los sacan al escenario y les hacen protagonizar un relato musical conmovedor. No es fácil encajar horarios, organizar clases y ensayos y audiciones para tantos individuos y grupos, pero todo funciona y, cuando llega el día indicado, centenares de personas actúan con orden y, sí, concierto. No es fácil, pienso yo, reclamar y conseguir la atención y la disciplina de docenas de renacuajos de tres y cuatro años y, durante las horas que duran ensayos y concierto, haberlos tenido siempre controlados. No es fácil tampoco que tantos preadolescentes y adolescentes comprendan que la recompensa demorada del trabajo bien hecho es mucho más sabrosa que el ocio fácil e inmediato. No es fácil implicar a los padres de los alumnos hasta el punto de que formen una asociación, ABICA, para promover actividades en torno a la música, incluidos conciertos solidarios y unas fabulosas colonias musicales de verano. No es fácil tampoco establecer lazos estrechos y sólidos con asociaciones como Sonrisa Médica, Aspaprode, Projecte Home o Mallorca Sense Fam, tejiendo de manera ejemplar, desde la iniciativa privada, un entramado de auténtico interés social. No es fácil comprometer a alumnos y padres a improvisar un día, porque sí, un fantástico concierto en la vecina plaza de los Patines, para regocijo de los viandantes. No es fácil crear y mantener varias agrupaciones musicales (orquestas, coros, ensembles, combos y cameratas) con sus propios programas de actuaciones. Ni es fácil conseguir que profesores, alumnos y padres renuncien a numerosas horas y jornadas de descanso (en ensayos adicionales, en audiciones, en sus conciertos dominicales de navidad y verano) para participar juntos –sin reservas– en un espectáculo que, pese a su espíritu genuinamente familiar, ya alcanza la categoría de evento ciudadano: para el reciente concierto navideño, se agotaron las entradas del auditorio del Conservatorio.

No, no es fácil; pero los frutos, deben entender ellos, merecen la pena. Mis hijos conocen el valor de la paciencia, del esfuerzo y de la recompensa demorada. Obedecen desde muy pequeños esa mezcla de disciplina y buen rollo que parece marca de la casa y que los compromete a trabajar con responsabilidad. Gracias a la orquesta, desconocen el miedo a subir a un escenario, tienen la capacidad de coordinarse con otros músicos, saben disculpar los fallos de los demás y les resulta natural asumir los propios para seguir adelante. Aprecian que de su esfuerzo se beneficien niños enfermos o familias desfavorecidas a través de la recaudación de los conciertos en los que participan, integrando así los conceptos de solidaridad y servicio público. Su conocimiento del lenguaje musical les ayuda también en el colegio, a la hora de las matemáticas o la lengua. Será imposible, finalmente, que les describa el orgullo que siento cuando se sientan en la orquesta, agarran sus violines con esa combinación de firmeza y fluidez que se requiere y, junto a sus compañeros, interpretan a Bach o a Strauss.

Pero me resulta muy fácil reconocer la admiración y el agradecimiento que merecen los amigos de Més Música: porque comparto su visión de la enseñanza; porque me asombra su capacidad organizativa; porque llevan desde 2003 creando y gestionando una comunidad muy activa y en constante crecimiento, educando generaciones de muchachos, proporcionándoles patrones útiles de comportamiento, haciendo de ellos, además de músicos muy decentes, personitas cabales... Poca cosa. El Mundo-El Día de Baleares.

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